
La vida, desde la concepción, es una lucha. Nacer requiere esfuerzo y salir de una zona de confort que se nos ha quedado pequeña. Gritamos, lloramos, vivimos. Con suerte somos bien recibidos. Nos sentimos protegidos. Nos sabemos amados.
Crecemos. Nuestro crecimiento físico es evidente. Aumentamos de tamaño y peso. Nuestros padres viven pendientes que lo hagamos. Es la señal de que todo está bien. Aprendemos a gatear y caminar. Caemos miles de veces. Y duele, pero todos nos dicen que no pasa nada animándonos a levantarnos enseguida. Es parte del proceso de aprender y nadie duda que lo lograremos.

Nadie duda que andaremos hasta en tacones 🙂
Igual sucede con el lenguaje. Todas las palabras que inventamos o pronunciamos mal resultan de lo mas cuqui. Saben que muy pronto aprenderemos a hablar bien y éstas serán anécdotas graciosas con las cuales avergonzarnos delante del primer amor.
Si de pronto nos da por llorar mucho, papá y mamá asumen que nos van a salir los dientes. Cuando damos el estirón nos duelen los huesos y los adultos nos tranquilizan diciendo que es normal: estamos creciendo. En definitiva, damos por hecho que un recién nacido crecerá. Va a pasar los próximos 18 o 20 años haciéndolo. Su cuerpo se estirará y embarnecerá, como para dar cabida a su personalidad que también va creciendo conforme se forma su carácter y aprende nuevas cosas que le permiten asumir una identidad propia. Mientras tanto, todo el entorno es paciente.
El crecimiento personal es un proceso que dura toda la vida.
Sabemos que el proceso de convertirse en adulto es largo. Nadie espera que un bebé sepa hablar o correr a los pocos meses, que un niño pequeño coma de todo y se vista sin ayuda o que un adolescente no tome nunca una mala decisión. De lo que no somos siempre conscientes es que además del dolor físico que acompaña a los cambios corporales, existe un dolor psicológico.
Este suele quedar reducido a la edad de la punzada. Pareciera que el adolescente es la punta de la lanza que pincha al resto, en especial a sus padres. Lo equiparamos a una serie de cambios hormonales que provocan que entremos en una fase difícil y que, como si fuera un catarro, se nos pasará.

Al dolor físico de crecer se suma el psicológico
Lo cierto es que desde la infancia y durante toda nuestra vida -sin importar en qué etapa estemos-, experimentaremos cambios en varios niveles, unos más evidentes que otros. La madurez es un proceso mucho más largo que el crecimiento físico y sólo se llega a ella tras haber experimentado un cúmulo de malas experiencias, fracasos y pérdidas. Por eso es que crecer duele.
Negar esto o no ser conscientes de ello es lo que provoca que de adultos muchos padezcan crisis, enfermedades mentales, que permanezcan en relaciones tóxicas o que la insatisfacción con partes fundamentales de la vida como el matrimonio y el trabajo sea cada vez mayor.
Es imposible frenar tu desarrollo personal.
El crecimiento físico de una persona responde a un impulso vital imposible de detener. Esta es nuestra naturaleza humana: crecemos independientemente de nuestros deseos.
Cuando haciendo uso de la fuerza se impide el crecimiento, además de dolor, aparecen malformaciones y enfermedades. Pensemos en las mujeres chinas a quienes les vendaban los pies por considerarse símbolo de belleza y status el tener pies pequeños. El maltrato es patente y desde hace varios años la práctica se prohibió por los daños que causaba. Esto que al ser externo es obvio, también puede ocurrir en nuestro interior a nivel psicológico, emocional o mental.
A cada etapa de nuestra vida le corresponde un crecimiento tanto a nivel corporal como emocional y mental.

No existe tabla que mida el desarrollo personal
El problema estriba en que, existen múltiples formas de medir el correcto crecimiento que se manifiesta externamente y casi ninguna para asegurarnos que emocionalmente el desarrollo también es adecuado.
Sabemos, por ejemplo, que un niño o niña están comiendo lo suficiente si crecen dentro de la media establecida para su edad, son activos y sanos. A nivel intelectual, si pasan al siguiente curso en el colegio confiamos que van bien encaminados. Si no muestran problemas graves de actitud y socializan de forma adecuada, asumimos que emocionalmente todo va bien. Esto último no siempre es el caso.
Adaptarse no es crecer.
El desarrollo personal es único y depende de cada uno de nosotros. Existen algunas cosas comunes -que no cabe aquí explicar-, particularmente en las etapas entre los 0 y los 21 años, que todos necesitamos recibir a nivel afectivo para pasar a la siguiente etapa del desarrollo bien equipados. Cada vez tenemos mayor información sobre ello. El número de padres preocupados por formarse para dar a sus hijos lo que necesitan en este ámbito incrementa cada año. También en los colegios la inteligencia emocional va adquiriendo relevancia.
Parte de esto se debe a que en el entorno laboral (también en el personal, desde luego, pero lo que motiva los cambios suele ser la esfera económica) está quedando manifiesto que: la clave para asumir los retos del SXXI son las llamadas soft skills.
El éxito en todas las esferas de la vida constantemente se vincula más a la inteligencia emocional.

Adaptarte no es crecer
Adaptarse no es crecer. Por eso podemos ver adultos que, aparentemente, son triunfadores comportándose como niños. Ese ingeniero aeronáutico que es incapaz de expresar sus ideas en una reunión, la abogada que sueña con ser fotógrafa aunque gane todo los juicios, el financiero que asume riesgos innecesarios porque para él todo es un juego, los padres que actúan como adolescentes o las parejas que discuten por asuntos de nula importancia ahogándose en un vaso de agua.
Se han adaptado. Han ido pasando de curso y de etapa. Para ello no es estrictamente necesario ser maduros o emocionalmente inteligentes, sencillamente hace falta saber qué tenemos que hacer para pasar de nivel y cumplirlo.
La inteligencia es necesaria para tener éxito profesional, la inteligencia emocional es imprescindible para el éxito personal.
Solemos creer que el primero implica al segundo y viceversa. No es cierto. Si esto fuera así, las personas más bellas serían las más seguras, los millonarios, CEO´s, famosos o grandes empresarios serían los más felices, las parejas de celebrities no se divorciarían jamás ni sufrirían infidelidades o depresión. Es casi, casi, al revés.
¿Por qué? Porque precisamente cuánto mejor te va en el camino en el que estás, menos lo cuestionas. Si todo está saliendo bien, para qué vas a preocuparte. Aunque algo dentro de ti te alerte que no todo está bien. Ignoras esa señal y te culpas. Hay que ser malagradecido o tonto para no sentirte completamente feliz teniendo el trabajo/pareja/familia/amigos/físico/privilegio que tienes. Si todo está bien y tú no lo estás, fácilmente concluyes que el problema eres tú.

Si todo parece ir bien es fácil ignorar las señales en contra
El problema no eres tú: crecer duele.
Con suerte, cuando llevas un tiempo ignorando tu voz interior cada vez que intenta advertirte que algo va mal, esta se alza. Como no sabe gritar, necesita recurrir a otros métodos para que la escuches. Se alía con tu mente para no darte un segundo de paz, con tu espíritu para que sufras una crisis emocional o con tu cuerpo para que enfermes.
Te sobreviene una depresión, ataques de pánico, ansiedad, pierdes tu trabajo o no progresas laboralmente, tienes una crisis de pareja, divorcio o gran pérdida, que te obligan a tomarte un tiempo para conectar con tu cuerpo y emociones.
Y digo con suerte porque ésta es la oportunidad de conectar contigo, con tu esencia y deseos auténticos para saber cuál es el camino que necesitas tomar.
Hay una mala notica y dos buenas. La buena es que una vez que estés en TU CAMINO serás realmente feliz. TU CAMINO, así en mayúsculas, es aquel donde verdaderamente puedes desarrollar todo tu potencial para hacer lo que viniste a hacer a esta vida, poniendo tus talentos al servicio de otros. En TU CAMINO vives con pasión y alegría, te sabes amado, eres capaz de dar y recibir amor. Convives con personas que te motivan y ayudan a crecer.
En TU CAMINO incluso los obstáculos, problemas y penas te ayudan a ser lo mejor que puedes ser.

Siempre estás a tiempo
La mala es que mientras no encuentres TU CAMINO, siempre habrá algo dentro de ti que te moleste. Sin saber muy bien por qué, nada de lo que realices o consigas te dará satisfacción plena. Algo faltará perpetuamente. Está claro que en la vida siempre habrá altas y bajas, momentos de alegría y tristeza, problemas y pérdidas. Nunca seremos perfectos; el mundo y las personas son imperfectos por tanto cualquier vida humana lo es. Invariablemente algo falta y muchas cosas pueden mejorarse. La diferencia es que en TU CAMINO eso no te preocupa, ya lo aceptaste y es el recorrido lo que te motiva.
La otra buena es que gracias a esa incomodidad siempre estarás a tiempo de reconocer si vas por mal camino y cambiar el rumbo. Sin importar la edad que tengas o la fase de vida en que te encuentres. Puede ser tarde para hacer ciertas cosas, o hacerlas del modo que te habría gustado, pero habrán otras opciones. Y nunca es tarde para ser.
El impulso vital del crecimiento emocional es imparable e inagotable.
Al igual que ocurre con tu crecimiento físico, el impulso para crecer emocional y espiritualmente no depende de tu voluntad. Lo tienes, lo quieras o no. A diferencia del primero, donde tu cuerpo y sus órganos crecen sin que tengas que hacer nada o hagas muy poco, tu desarrollo personal está íntimamente vinculado a las decisiones que tomas.
Físicamente estás limitado por tu propia genética. Tu altura, complexión, color de piel, ojos, pelo, tus facciones e incluso tu capacidad intelectual están determinados por factores ajenos a ti. Excluyendo medidas extremas, hay un tope a lo que puedes modificar esas cuestiones sin poner en riesgo tu salud. Cuando se trata de desarrollar tus cualidades no existen límites. Eternamente puedes ser mejor persona, crecer emocionalmente y mejorar las relaciones contigo y con los demás.
Por eso es que el ímpetu de crecer emocionalmente es imparable. No tiene fin. Y en cuanto impulso tampoco depende de tu voluntad. Tu naturaleza exige que te conviertas en quien realmente eres. Hay algo en tu interior, una consciencia, que sabe lo que es bueno para ti y lo desea. Conoce tus talentos y necesita que los desarrolles para estar en paz.
El éxito no está en los resultados que obtengas, eso inquieta al ego no a tu esencia. A tu esencia lo que le importa es que encuentres TU CAMINO. Y lo sigas.

Desde fuera tus actos parecen locuras
Esa es la razón por la cual, cuando una persona decide comprometerse en serio con su crecimiento emocional, espiritual y personal, toma decisiones que no parecen tener sentido. Dejar una profesión bien remunerada por seguir tu vocación, mudarte de país para perseguir un sueño, abandonar un matrimonio en el que hubiese sido más cómodo -aunque doloroso- permanecer, abrazar la fe, cambiar de valores, prioridades o estilo de vida, aficionarte a nuevos hobbies o adoptar una religión en la que no fuiste criado, son algunos ejemplos.
Desde fuera estos cambios no se comprenden. No es que a la persona dejó de importarle el estatus, la seguridad económica o su familia. Más bien comprendió que su crecimiento como persona, ser quien es, dependía de hacer cambios y correr riesgos.
Crecer duele. No hacerlo duele mucho más.