
Escribo esto ahora que me siento mejor. De todos los síntomas del coronavirus sólo me quedan el cansancio y la ausencia de gusto y olfato. Esto último me parece lo más alucinante. Uno imagina, a veces, (¿ustedes también, verdad?) cómo sería la vida si de pronto un accidente nos hiciera perder movilidad, si nos quedáramos ciegos o sordos. Casi nunca nos paramos a pensar (¿ustedes tampoco, no?) en cómo cambiaría todo sin gusto ni olfato. Y todo cambia.
Tengo coronavirus. Resulta como ciencia ficción. Aun cuando lo estoy viviendo en primera persona.
Me he cuidado mucho desde que comenzó la pandemia. Me puse en aislamiento voluntario antes del confinamiento. Durante éste, salí sólo a lo imprescindible. Salí de vacaciones con mis hijas. Literalmente cambiamos de casa y, por lo demás, seguíamos conviviendo básicamente las 3; salvo por unos días que pasamos con un par de amigos. Sí, íbamos a la playa, a pasear y comer o cenar fuera, pero siempre al aire libre, con mascarillas, guardando distancia y siguiendo todas las medidas de higiene recomendadas.
De vuelta en Madrid, continué con esas medidas, saliendo sólo cuando era necesario. Trabajé con algunos clientes en modo presencial, fui a revisiones médicas pendientes e hice algunas gestiones impostergables. Quedé con amigos, pocos y pocas veces. Todo siempre con debidas precauciones. Y el caso es que: tengo coronavirus.

PCR Positivo
Pasé unos días bastante chungos. Mucha fiebre, dificultad para respirar y un dolor como si me estuvieran rompiendo los huesos. Al principio también un poco de miedo. Hemos oído tantas historias y es todo tan incierto que, ¡cómo no asustarse! Mi temor era a la neumonía. Daba igual que ésta fuera consecuencia de un resfriado (la temperatura aquel fin de semana se desplomó de casi 40º a menos de 20º en Madrid) o del dichoso virus. Me hicieron radiografías y PCRs. Los pulmones bien, positivo al Covid-19.
Tengo coronavirus, ¿qué sigue?
No hay medicación. Si no existe necesidad de hospitalización, sólo queda esperar a que pase. El seguimiento médico es telefónico; también hay que esperar las llamadas del hospital para saber cómo vas. El único tratamiento posible es el de la paciencia. No cuentas con los apapachos de tus seres queridos pues debes aislarte. Ni siquiera con el placer de la comida o una vela aromática para reconfortar y relajarte.
Tuve que aceptar la evidencia: tengo coronavirus. Decidí que lo único que puedo hacer al respecto es mantener la misma actitud que antes: vivir la enfermedad como elegí vivir el confinamiento y post-confinamiento, osea sin miedo.

Hay que aprender a no hacer nada.
Por mi trabajo y años de experiencia en ello, tengo claro que: lo que resistes persiste.
No tenía ningún sentido luchar contra la enfermedad, mi cuerpo libraría esa batalla sin necesidad de un esfuerzo extra por mi parte. Tenía que confiar en él.
La mejor manera de ayudarlo no era añadiendo estrés, intentando resolver una situación que no depende de nosotros resolver. Colaborar con el cuerpo mientras este pelea con un virus supone descansar, literalmente no hacer nada.
Después de varios días haciendo nada y ya casi recuperada, hice lo que hago siempre: ver qué puedo aprender de esto. Aquí te cuento algunas de esas cosas porque creo que te pueden servir.
1. Puedes hacer las cosas bien y que te vaya mal.
Esto no significa que dé igual hacer las cosas bien que mal. Conozco gente buena que le va bien y gente buena que le va mal, gente mala a los que les va bien y gente mala a quienes les va mal.
Nuestra cultura ha tergiversado el sentido de obrar bien, valorando los actos por los resultados, siendo que además los resultados que se valoran carecen -casi siempre- de valor real. Se aplaude el éxito superficial, la acumulación de riqueza, fama o poder sin importar cómo se ha llegado a obtener esto.
Se da por hecho que, quien ha conseguido que le vayan bien las cosas, es porque se lo merece como consecuencia de sus actos. En sentido contrario, entonces se cree que si a alguien no le va bien es porque no se lo merece, porque no se ha esforzado lo suficiente o -el colmo del pensamiento mágico- porque no ha tenido una actitud suficientemente positiva que atraiga el bien deseado.
¿Resultado? Si encima de que nos sucede algo malo nos culpabilizamos de cosas sobre las que no tenemos ningún control, la frustración está garantizada.

Si sales cuida de ti y de los demás.
La gente floja toma esto de pretexto perfecto para no esforzarse en hacer bien las cosas. Si aunque las hagas bien te puede salir mal, mejor tomar el camino fácil que -a corto plazo- es más satisfactorio. La realidad es que no es indiferente hacer las cosas correctamente. Tal vez, tú no seas consciente en ese momento del bien que creas y que recibes, pero debes confiar en que lo estás sembrando y vas a cosecharlo.
En plena pandemia vemos gente que no se cuida y vive sin consideración a los demás. No se preocupan realmente de enfermarse porque su soberbia fanatismo optimismo inquebrantable les impide creer que algo malo pueda sucederles. Están más allá del bien y del mal. Y mientras ellos se sientan bien (aunque pueden no estarlo, pero aquí lo importante es cómo se sienten) que puedan dañar a otros contagiándoles (sabemos que la transmisión del virus se da en gran medida por asintomáticos) no les preocupa.
Puedes cuidarte y enfermar. Tengo coronavirus, pero seguramente gracias a que me cuido colaboro a no propagar el virus.
Haz las cosas bien y confía en que ello dará fruto a su debido tiempo. Si no percibes los beneficios de tus acciones, piensa que alguien más lo hace y llegará el momento en que tú también tengas ganancias.
2. La Naturaleza no es algo que existe fuera de nosotros y para nuestro consumo.
¿A cuántas personas conoces que en los últimos meses se han planteado vivir más cerca de la Naturaleza? ¿Cuántos en tu entorno, tras el confinamiento, hablan de lo mucho que disfrutan ahora respirar aire puro, ver verde, escuchar el mar o a los animales, comer sano, sentir el calor del sol o la sensación de libertad? Todo esto suena bien, salvo que (en la mayoría de los casos) no se trata de valorar y respetar la Naturaleza sino de utilizarla en beneficio propio.

El futuro será sostenible o no será.
Detrás de la mayoría de las exclamaciones de exaltación de la Naturaleza se esconde, no sin cierta ironía, el deseo de consumo. Estar en la Naturaleza para sentirse bien. No para hacer el bien o para integrarse. Se busca consumir una experiencia que permita escapar de la realidad. Esto es peligroso para todos: medioambiente, humanos como especie e individuos. Pensar en la Naturaleza como objeto para satisfacer necesidades lleva a su explotación y nos aleja de un modo de vida sostenible.
Negar la realidad cancela la posibilidad de mejorarla.
La solución se encuentra en la contemplación. Aprender a contemplar la Naturaleza implica observarla con reverencia. Maravillarnos ante ella. En primera instancia, por lo que es en sí misma, no por lo que puede hacer por ti. Reconocer que hay algo fuera de nosotros que se rige por sus propias leyes, sobre lo cual no podemos ejercer un control verdadero. Una realidad más grande que nosotros mismos que debemos aceptar y con la que necesitamos aprender a convivir desde la humildad.
Contemplar la naturaleza nos lleva al respeto y a la empatía, nos enseña a contemplarnos a nosotros mismos y a los demás buscando lo divino, lo asombroso. Otro beneficio es aprender a estar en paz, sin necesidad de hacer nada. Valorar el ocio como lo que debe ser: una oportunidad de descanso y conexión con uno mismo absolutamente necesaria para nuestra salud física, emocional, espiritual y mental.

Aprender a contemplar la Naturaleza es fundamental para vivir bien.
En una sociedad cada vez más narcisista, contemplar la Naturaleza reduce el egoísmo, la soberbia e incluso la envidia; la peor pandemia de nuestra época. Nos conduce necesariamente a mirarnos como criaturas –en el sentido de seres creados- sujetas a leyes independientes de nuestra voluntad.
No hay pensamiento mágico o tecnología capaz de cambiar el clima o hacer que el día tenga más horas.
Nuestros recursos son limitados: incluidos la belleza, juventud y tiempo. La Naturaleza nos despoja del autoengaño recordándonos que la Vida se compone de ciclos.
Armonizar nuestra vida conforme los ciclos naturales es el secreto del verdadero bienestar. Si aprendemos a encontrar belleza en cada una de las estaciones -en vez de vivir esperando que llegue el verano- y a cuidarnos siempre -no sólo para la operación bikini-, resultará más fácil encontrar belleza y sentirnos bien en cada una de nuestras etapas vitales.
El futuro será sostenible o no será y depende de las elecciones que cada uno haga el que lo sea.
Otra ventaja de observar un ecosistema, es que nos permite apreciar y celebrar la diversidad. En una cultura que lucha porque todos nos veamos según un estereotipo de belleza, pensemos igual, consumamos los mismos productos, tengamos los mismos gustos, sueños e ideales, vale la pena ensalzar todo lo que nos recuerde el valor enriquecedor de la diferencia.
3. Todos somos únicos.
Tengo coronavirus, igual que cientos de miles de personas en todo el mundo en lo que va del 2020. Las enfermedades, aunque nadie las desea y sin duda es mejor no padecerlas, nos recuerdan que: en cuanto humanos todos somos iguales.
Sí claro que también en este caso podemos ver cómo afecta más a los pobres, particularmente en las grandes ciudades, no por la pobreza sino por las circunstancias en que se ven obligados a vivir. Sin embargo, también se dieron muchos casos, sobre todo al principio, en gente de clase media alta que viajó a sitios exclusivos que se volvieron focos de contagio.

Somos iguales y cada uno es único.
Al virus no le importa nuestra situación económica, raza, género, preferencia sexual, ideología, belleza, inteligencia, fama o fortuna. Nuestros sentimientos, pensamientos, actitud, valores y planes le traen al pairo. Si encuentra en nosotros un huésped idóneo se instalará ahí. Igual que todos busca sobrevivir.
Todos podemos enfermarnos de coronavirus. Hasta ahora no hay nada que suponga una excepción. Los síntomas son más o menos comunes y, sin embargo, cada persona los experimenta de modo diferente. La intensidad, duración y gravedad de los mismos son únicos en cada caso.
Tengo coronavirus, igual que miles y a cada uno nos afecta de distinta manera en lo físico, pero también en lo emocional, mental, económico, social, familiar. Esto nos recuerda que cada persona es única.
4. Disfruta con todos tus sentidos.
Que uno de los síntomas del Covid-19 sea la pérdida de dos de nuestros sentidos, con los cuales conocemos y disfrutamos la vida, ha sido una invitación a explorar nuevas formas de percibir y gozar. De igual modo que cuando nos vendamos los ojos somos más conscientes de los sonidos, olores o tacto, al no poder oler o saborear nuestros otros sentidos se agudizan. He descubierto que puedo disfrutar de la comida por su presentación y textura, que puedo recrear aromas en mi imaginación y sentirlos.
Practicar el experimentar cada cosa que hacemos con los 5 sentidos va más allá del placer. Está relacionado con nuestro nivel de autoestima.

Disfruta con tus 5 sentidos para elevar tu autoestima.
Es necesario para conectar con nuestra sensualidad y sentirnos cómodos con ella. Es también una manera de practicar el mindfulness con todos los beneficios que conocemos. Es -sobre todo- una forma de autoconocimiento fundamental para el amor propio e inteligencia emocional. A mis clientes les pongo ejercicios encaminados a conectar con su cuerpo a través de los sentidos para conectar con su intuición y sabiduría interior.
Te invito a que la próxima vez que comas lo hagas también con los ojos, nariz, tacto, sonidos. A que te des un baño tomando nota de cómo se siente el agua en cada parte de tu cuerpo, el olor del shampoo, la textura del gel, el frío o calor, el sonido del chorro.